Esta es un historia de ficción. No es verdadera. Es una manera de representar el desastre que son los Knicks hoy en día. Charles Oakley, legendario jugador de los 90s, es un personaje arraigado a la cultura de New York y los fans de los Knicks. Hace dos noches fue expulsado de un encuentro en el Madison Square Garden y los motivos aún no son claros, más que estaba sentado cerca de James Dolan, el dueño del equipo y con quien ha tenido roces.
Bill ha vivido siempre en Nueva York, salvo un breve tiempo cuando mantuvo un concubinato fugaz en Philadelphia . Los deportes han sido una pasión compartida con su padre. Desde temprana edad supo que su falta de capacidad atlética y lentos reflejos no le iban a deparar un futuro como atleta. Nunca tuvo problema con eso, tampoco su padre quien prefería tener a su hijo al lado viendo partidos a verlo jugando en una liga menor por menudencias y la promesa de un sueño irrealizable.
Su padre fue un fanático de los Yankees de los 70’s. Adoraba contar historias de Blomberg, Medich y Bahnsen. Bill nunca había visto a su padre tan feliz como durante los campeonatos Yankees en los 90s.
Ninguno de esos deportes disparaba su adrenalina. Pero los Knicks. Oh los Knicks. Bill adoraba ir al Madison Square Garden. Llevaba consigo un radio de baterías AA para escuchar los comentarios de Walt Frazier mientras el juego se desarrollaba ante sus ojos.
Bill ha tenido una vida normal. Su educación fue pública, nunca tuvo roces serios con la ley y ninguna de sus novias se convirtió en super modelo. Luego de un frustrante paso por la universidad se enlistó en las fuerzas policíacas de New York. Los chicos de azul. Buen plan de jubilación, buenos compañeros y a las mujeres les encanta un hombre uniformado fueron los argumentos que utilizó para justificar la decisión ante su madre.
“Vas a formar parte de una de las mejores instituciones de Nueva York. Claro, después de los Yankees y Knicks” le dijo su padre sonriente mientras levantaba una jarra de cerveza cruda el día que su hijo aprobó sus pruebas de entrada a la fuerza de la ley y el orden.
Bill repartió infracciones de tránsito. También patrulló las calles y recibió una puñalada en una llamada de emergencia en un caso de abuso doméstico. En el período de recuperación conoció a su futura esposa, Diana. Ella paseaba a su pequeño perro en el mismo parque donde Bill trotaba para mantenerse en forma.
La carrera en la policía de Bill nunca logró despegar. Carecía de los estudios e influencias para escalar rangos. Honestamente nunca le importó. La camaradería con sus compañeros, compartir con la comunidad y llegar a un hora decente para estar con sus hijas y esposa es todo lo que le ha importado
En la década de los 90 un Bill atravesando sus 20s adoraba patrullar cerca del Madison ya que –según él – podía sentir la energía del juego. SportCenter siempre lo esperaba cuando terminaba su turno o cuando estaba en la estación. Al igual que toda la ciudad de New York Bill adoraba a Ewing, Mason, Oakley y Starks. Bill hubiera votado por Pat Riley si hubiese sido candidato a la alcaldía. Sin importar que pasara en su vida sabía que cuando los Knicks jugaran todos ellos iban a sudar esa remera azul y naranja con un gigante NEW YORK en el pecho. Siempre.
Oakley era su favorito. “Oak” era el guardaespaldas. Ewing era el talento, Riley el cerebro y Starks el instigador. Pero Oakley era la ley. Oakley era el policía en la duela y como todos los policías tenía un compañero: Mason. Pero Anthony Mason – a pesar de su impresionante físico – era un tipo calmo, analítico y paciente. Oakley no. Oakley imponía y lograba respeto

Los años pasaron y los Knicks desmejoraron al igual que la mente de su padre. El sigue vivo, pero no siempre está “acá”. Igual que los Knicks. La franquicia sigue pero no parece estar del todo “acá”.
Hoy Bill tiene casi 20 años como policía. Es un sargento respetado. Sigue en las calles por las mismas razones que dos décadas atrás pero ahora si tiene influencias y gracias a eso tiene tres años como uno de los oficiales de seguridad que trabajan dentro del Madison Square Garden. Es una buena asignación; no está a la intemperie y pocas probabilidades de violencia. Ademas logró que su padre conociera a Starks, Bill Bradley e incluso tiene una foto con Ewing cuando los Hornets llegaron de visita. Aún más importante, saluda de manera periódica a Frazier. Han sido pocas las veces que ha logrado ver a Oakley, el ex-Knick tiene una contenciosa relación con el dueño del equipo. Las veces que “Oak” hace una aparición en el estadio rara vez permanece todo el partido.
Hace dos noches Bill vigilaba el pabellón norte del estadio cuando el jefe de seguridad lo contacta por la radio y de forma urgente le dice que se dirija a la sección oeste. A medida que se va acercando recuerda que esa es la sección donde se sienta Dolan, el dueño de la franquicia y del estadio. Bill apresura el paso cuando nota que los agentes de seguridad privada del estadio se agrupan en la parte baja de las graderías. Ve un individuo que sobresale sobre todos los demás. Su instinto fue pensar en alguna trifulca entre un aficionado y un jugador. Pero no, este gigante tenía el cabello blanco canoso. Cuando se acercó reconoció al gigante. Su admirado “Oak”. El jefe de seguridad le decía que debía dejar las instalaciones. Un acalorado Oakley le exigía un motivo para tal decisión. Bill nunca había estado tan cerca de Oak. En ese momento su cerebro dejó de lado el entrenamiento de 20 años y recordó las luchas de Oak contra Rodman, los Davis de Indiana, Mourning y Charles Barkley. Un empujón en su espalda lo trajo de vuelta. Oak empujaba y amenazaba a uno de los agentes privados. “Voy a tener que arrestar a Oak” pensaba Bill mientras en su interior rezaba que la situación se calmara. Oakley empujó de nuevo.
Bill de cinco pies y 9 pulgadas o 175 cms de altura y más de 125 kilos no es un tipo débil pero en cuanto tomó a Oak del brazo fue como agarrar un bloque de concreto. Inamovible. Tirones de tres oficiales de seguridad más fueron necesarios para dislocar a Oak de su puesto. Bill seguía aferrado del brazo de manera autoritaria tratando de guiar a su ídolo a una zona segura, quizás lejos de los guardas que querían arrestarle.
El partido terminó antes de las 10:30 de la noche. Otra derrota para los Knicks, cosa que no le pudo importar menos a Bill. Llegó 15 minutos antes de la media noche a su casa. Sus damas dormían. Sin encender la luz se sentó en su ya viejo sillón. Se sirvió un trago de vodka sin hielo mientras su mirada se perdía en la oscuridad. Sintió una mano en su hombro, Bill no se asustó; ya había sentido la presencia de su mujer. Luego de un profundo suspiro le dijo a su Diana:
– “Es mi última día en el Garden. No quiero volver a ese lugar, esa no era manera de ….”.
– “Lo sé” le interrumpió Diana con un tono reconfortante. “No lo es”.